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5/06/2011

Son de mayo

                                                      
Son de mayo
I
En la ternura suelo hacer un alto a la memoria,
dejarla pasar por la curvatura de las horas,
sin que sea advertida su admirable recompensa
junto a mi corazón de maleza y pájaro.

II
Y pienso que, a esta altura de la vida, cuando
el verso llega atado a las cabillas que soportan
el hambre y las tinieblas, no podría aspirar más
que a un tenue sentir, levemente arrodillada frente
al altar de Dios pidiendo nada, de lo poquísimo
que deseo tener… por si me marcho pronto.

III
Unas cuántas cosas abrigan mi pecho la ternura:
el tibio abrazo que deja la luna sobre el cántaro
colmado de agua; de alumbrar como un quinqué
la inmensa luz desde lo alto o sentir la cantinela
de un ciempiés hacer música en el aire.

IV
Mas la ternura es una santa llama que no se apaga
nunca, de tantos sueños colgados se alza plena.
Solo yo y el silencio hallamos el agrado que acaba
por dejarse ver entre los henos y los almendros
recostados al pie de la noche.

V
Nada deseo para mí sino el gozo de estar
presente —junto al río— o cerca de un árbol
en flor que da sus raíces a la tierra, unida
a las flores que guardan mi caminar ilusionado
de mar y hierba, sobre las olas.

VI
Y no es la felicidad redentora lo que me prende
los ojos de luz, sino que, al arder el día —de rubia
nitidez, hace de mi sufrir un pasadizo de bondad
sobre la frente.

VII
Exigente es la ternura y no sabe andar descalza
por la vía dolorosa, quiere más de sí misma
y ambiciona, ama, aspira, crece y no se encoleriza
el eco que la apasiona más allá de la abundancia
o la sequía de su suerte.


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