fue la dicha que un día
me acaricio de pronto,
en ese andar tumultuoso,
de corriente atropellada.
Apacible gozo;
de querer aprisionar
la inmortalidad del amor
con mis brazos abiertos,
fervientes de amar un día
con los ojos cerrados,
sin percibir ni ahondar
que no era mío tu rostro
apasionado.