fue la dicha que un día
me acaricio de pronto,
en ese andar tumultuoso,
de corriente atropellada.
Apacible gozo;
de querer aprisionar
la inmortalidad del amor
con mis brazos abiertos,
fervientes de amar un día
con los ojos cerrados,
sin percibir ni ahondar
que no era mío tu rostro
apasionado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Bienvenidos, y gracias por visitarme...